La comunicación se vuelve sutil y solo puedes regalar presencia escuchando la voz del silencio; no hay palabras, pero un sólo gesto puede marcar la diferencia entre la cercanía y la lejanía en el acompañamiento.
En silencio observas la respiración que cada vez es más pausada y en gesto amoroso compartes ese gesto que nos conecta a la vida y que también nos desvincula con nuestra propia naturaleza. Una respiración es el comienzo de una vida y también lo que nos indica que el ciclo vital ha finalizado, cerrando el círculo de la Vida, haciéndose cada vez más sosegada y espaciada.
El silencio también es fuente de sufrimiento y de desdicha porque queremos proteger a quien sufre, pero tenemos miedo de enfrentarnos a aquello que nos resulta demasiado doloroso para afrontarlo y creamos un muro que dificulta la comunicación sincera y auténtica que nos permite gestionar la despedida.
En silencio evitamos enfrentarnos a nuestros miedos, evitando palabras incómodas que nos muestren nuestra vulnerabilidad y tenemos miedo y nos resulta muy doloroso asumir la despedida de nuestro ser querido.
Nos resulta muy dificil mantener la mirada de quien sabe desde la certeza que su tiempo se acaba y solo quiere consuelo sincero y auténtico y una mano amiga que le ayude a no sentirse tan solo aún estando acompañado.
En silencio ocultamos las lágrimas de la desesperanza y tememos compartirlas con quien queremos porque queremos que no nos vea sufrir. Pero compartir las lágrimas del desconsuelo es un bálsamo sanador y reconfortante que nos permite una apertura del corazón.
Julia Gómez Lasheras