Cuando no se ha dado al otro la oportunidad de poder despedirse ni tampoco nos hemos dado permiso para despedirnos porque enfrentarnos a la pérdida nos resulta muy duro y devastador.
Cuando se quedan tantas palabras sin ser pronunciadas.
Cuando nos aferramos a aquel a quien quisimos y no lo dejamos marchar.
Cuando no queremos mirar a los ojos descarnados de la muerte y preferimos negar para evitar un sufrimiento.
Cuando hay mucha rabia y mucho miedo que nos impide vivir desde la transcendencia del momento presente.
Cuando nos hallamos perdidos sin una brújula que nos guíe y reprimimos el llanto.
Cuando el tiempo adquiere otra dimensión pero a veces no somos capaces de entenderlo y no somos capaces de percibir lo sutil en los gestos cotidianos.
Julia Gómez Lasheras