Dr. Jacinto Batiz, Jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios en Santurce, Vizcaya.
Introducción
No podemos ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo nos manifiesta que no desea continuar viviendo de la manera en que lo está haciendo: acompañado por un sufrimiento continuo e insoportable. No es que quiera morir, lo que no quiere es sufrir. Es entonces cuando nosotros, los médicos, tenemos la obligación de aliviar su sufrimiento.
Tal vez, la primera pregunta que nos debiéramos hacer es: ¿cómo podemos humanizar el proceso de morir? Cuando, a lo largo de nuestra experiencia, cuidamos el final de la vida de las personas a quienes la ciencia médica no ha podido curar de una grave enfermedad, aprendemos que en esos momentos necesitan de nuestro acercamiento humano.
Si no les abandonamos en esa situación tan difícil, aliviamos su insoportable dolor y aquellos síntomas que les provocan disconfort; si limitamos las maniobras diagnósticas y terapéuticas inútiles y sedamos en la agonía en el momento que es necesario, siempre respetando sus valores, estaremos humanizando el proceso de morir.
Ante un enfermo en situación terminal lo que se hace o se deja de hacer, con la intención de prestarle el mejor cuidado y permitiendo la llegada de la muerte, no sólo es moralmente aceptable sino que muchas veces llega a ser obligatorio desde la ética de las profesiones sanitarias.
No abandonar al enfermo
En la Facultad de Medicina se nos enseña a salvar vidas; de esta manera, vamos a interpretar como un fracaso profesional la muerte de nuestro enfermo. Sin embargo, es preciso que los médicos también comprendamos que la muerte es algo natural, porque cuando la rechazamos terminamos por abandonar al moribundo. Solamente, cuando seamos capaces de aceptarla como algo natural e inevitable, nos dedicaremos a cuidar a nuestro enfermo hasta el final y sin sensación de fracaso.
Él nos necesita cerca para aliviar su sufrimiento mientras llega su muerte; ya sabe que no somos dioses, lo único que desea es que no le abandonemos cuando más requiere nuestro acercamiento humano. Él ha comprendido que la técnica ya no le es útil para curar su enfermedad, pero extraña a las personas, a su familia, a sus amigos y a su médico. Quiere que le expliquemos lo que le va a pasar, que no le engañemos, pero todo ello con sensibilidad exquisita, que le ayude a comprender lo que necesita en esos momentos tan difíciles y únicos para él.
Aliviarle el dolor
Para poderlo hacer bien, tal vez tengamos que abandonar nuestra tendencia a pensar que el dolor ajeno, el del enfermo, es un dolor exagerado, y el dolor propio, el nuestro, es un dolor insoportable.
No debemos permitir que alguien sufra dolor por nuestra ignorancia de cómo tratarlo, por temor a aliviarlo con la posología suficiente o por creencias erróneas. El paciente tiene derecho a ser aliviado de su dolor. Tal vez aceptamos que es un derecho, pero sigue siendo un problema universal. El número de consultas relacionadas con el dolor están aumentando, pero el tiempo que los médicos le dedican a cada una se reduce: el 80% de los médicos consultados sobre este tema considera que las consultas relacionadas con el dolor seguirán aumentando; el 72% admite no dedicar suficiente tiempo a la persona con dolor.
Los médicos tenemos el deber de aliviar el dolor del enfermo, y tenemos que tener presente que si dice que le duele es que le duele, y si dice que le duele mucho es que le duele mucho. Él será quien nos indicará la eficacia de la analgesia cuando nos diga –doctor, ya no tengo dolor. El tratamiento del dolor no es una cuestión opcional, sino un imperativo ético.
Evitar tratamientos inútiles
En nuestro país se puede morir mal por falta de cuidados paliativos y también se puede morir mal por exceso de tecnologías médicas. Son muchos los humanos en fase terminal que todavía mueren con el suero puesto y esperando un análisis o entubados en un servicio de urgencias.
Ni la obstinación terapéutica que llevaría al encarnizamiento ni el abandono son respuestas éticas ante un enfermo al final de la vida. Lo que se puede llegar a hacer para mantener a un paciente con vida es impresionante. Pero tenemos que tener muy en cuenta que tan importante como luchar por curarle, es saber parar cuando tenemos claro que es imposible. La limitación del esfuerzo terapéutico no es ninguna forma de eutanasia, sino una buena práctica médica; aunque sabemos que suele ser más fácil poner que quitar.
Sedar cuando lo necesite
La sedación en la situación clínica de agonía es un tratamiento adecuado cuando los enfermos padecen sufrimientos intolerables en los pocos días u horas que preceden a su muerte, y que no han respondido a las intervenciones paliativas. Un paciente con enfermedad terminal, oncológica o no, puede presentar en sus momentos finales algún síntoma que le provoque un sufrimiento insoportable, que puede ser difícil o imposible de controlar. Esto obliga al médico a disminuir la conciencia del que agoniza para garantizar una muerte serena. La sedación, si está bien indicada, bien realizada y autorizada por él, o en su defecto por la familia, constituye una buena práctica médica. En la medicina humana no tiene cabida la incompetencia terapéutica ante el sufrimiento terminal, con tratamientos inadecuados que pueden ser insuficientes o excesivos, ni tampoco la tiene en el abandono.
La correcta asistencia a los moribundos implica que se recurra a la sedación cuando sea rigurosamente necesaria, tras haber fracasado todos los tratamientos disponibles para el alivio de los síntomas. La sedación en sí misma no es buena ni mala. Lo que puede hacerla éticamente aceptable o reprobable es el fin que busca y las circunstancias en que se aplica.
¿Y si desea la muerte?
Deseo también responder a esta pregunta, que es lo mismo que decir abordar el tema de la eutanasia.
El asunto de la muerte en nuestra sociedad está más orientado a evitar hablar de ella que a hacerle frente de forma seria y decidida. En la actualidad, la discusión sobre la muerte está centrada en la eutanasia.
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