¿Quién es Mar López?
Soy una mujer de mi tiempo que comprende que el momento presente es precioso, con todo el potencial para ser vivido con calma, lucidez y ecuanimidad, y también para ser vivido con agobio, sufrimiento e inconsciencia. Soy una emprendedora; desarrollé proyectos empresariales en el ámbito familiar y desde hace veinte años he enfocado mi energía y atención en aprender a vivir con mayor consciencia, lucidez y compasión. Fundé un centro de meditación zen en Zaragoza en 1995, bajo la dirección espiritual de mi maestro Dokushô Villalba, e integrado en la Comunidad Budista Soto Zen (CBSZ). Desde hace catorce años me dedico en exclusiva a la práctica y enseñanza del zen y a formarme en diferentes disciplinas.
He estudiado los fundamentos de la salud mental según se entiende en Occidente (psicoanálisis, fundamentos de psiquiatría y farmacología psicoactiva, gestalt, bioenergética, figuras parentales, etc.), al tiempo que he estudiado los fundamentos filosóficos y la psicología antigua de las grandes tradiciones espirituales de Oriente, principalmente del budismo y, en menor medida, el hinduismo. También, cómo abordaban la muerte las antiguas civilizaciones, y cómo utilizaban los ritos y creencias para paliar y resolver el temor a morir. La creciente conciencia de la importancia de cuidar adecuadamente a las personas que están en trance de muerte ha estado presente en mí desde muy joven, comprendiendo con los años que nuestra sanación psicológica como seres humanos, a nivel individual y colectivo, pasa por afrontar con realismo y sabiduría la ineludible realidad de la muerte.
En 2007 constituí la Fundación VBM, Vivir un Buen Morir, para promover una pedagogía social que clarifique qué es un buen morir y cómo podemos acompañar con calidad a los que están muriendo, difundiendo y promoviendo el concepto de cuidados paliativos de calidad, para afrontar socialmente la muerte desde la calma y con el propósito de esclarecer con atención y sin prisa los aspectos conscientes e inconscientes que se movilizan a nivel individual y colectivo ante la realidad de la muerte.
¿Por qué empezaste a estudiar este tema y a acompañar a moribundos?
Desde que tengo recuerdos, siempre ha estado presente en mí la perplejidad existencial, el asombro por lo que somos y por el hecho de que vamos a morir. Sin embargo, lo que más me marcó fue la experiencia de acompañar durante cinco años a mi madre hasta su muerte, en estado comatoso debido a un traumatismo. Fue una experiencia altamente transformadora, y muy comprometida a nivel existencial. Solamente muchos años más tarde pude comprender los condicionantes de lo que viví en el hospital con mi madre.
En 2003 sentí la necesidad de volver a la cabecera de la cama de las personas que están muriendo, para encontrarme de nuevo con la realidad de la vida y la muerte en el hospital. He acompañado a morir a familiares, amigos y personas ingresadas en unidades de cuidados paliativos. Y he podido confirmar el incalculable valor del acompañamiento como forma de enriquecer la propia vida y las relaciones con los demás, al tiempo que he valorado la extraordinaria importancia de las enseñanzas prácticas de los grandes maestros espirituales de la humanidad para afrontar la consciencia de la propia mortalidad y, en especial, la realidad del sufrimiento inherente a la vida y la forma de disolverlo. El contraste entre la sabiduría en la vida y en la muerte transmitida desde la Antigüedad en todas las culturas y la realidad penosa en la que nos estamos muriendo en nuestras sociedades altamente tecnificadas me llevó a emprender este proyecto de concienciación social para un acompañamiento más humano y cuerdo.
¿Qué necesita un buen acompañante? ¿Hace falta ser psicoterapeuta?
En primer lugar, necesita haber abordado el tema de la muerte en primera persona, afrontarse a sí mismo antes de afrontar las preguntas, a veces silenciosas, de quien lo está perdiendo todo. Afrontar sus miedos y temores, desarrollar la capacidad de silencio y atención, cualidades imprescindibles para generar un estado de presencia sólida. Haber aprendido a comprenderse a sí mismo para poder sentir empatía con el otro sin proyectar sus propios fantasmas inconscientes, especialmente en lo que se refiere a creencias religiosas y/o ideológicas.
En resumidas cuentas, necesita compasión y sabiduría, ambas en igual medida. Discreción, creatividad, humildad, capacidad de silencio y capacidad de aceptar el sentimiento de impotencia frente al dolor.
No es necesario ser psicoterapeuta, porque el proceso de morir trasciende lo meramente psicológico. En muchos casos, además, las personas que están muriendo hace tiempo que se han deteriorado cognitivamente (demencias, coma, etc.) y son las más desprotegidas frente a una sociedad que les mantiene con medidas de soporte vital que ninguno de nosotros querríamos para nosotros.
¿Qué necesita un moribundo para vivir un buen morir?
Necesita comunicación auténtica con los que le rodean, que no haya mentiras; necesita ser tratado con dignidad y respeto exquisito hacia su voluntad, sea cual sea.
Necesita resolver sus asuntos pendientes, materiales y emocionales, necesita perdonar y ser perdonado, expresándolo.Necesita poner en perspectiva toda su vida, valorándola positivamente; a veces necesitamos que los demás nos recuerden cuán valiosos hemos sido para la vida y para nuestros seres queridos.
Necesitamos que nuestros seres queridos nos den permiso para morirnos, que nos dejen libres y nos aseguren que estarán bien cuando faltemos.
Necesitamos la confianza y la aceptación de los demás en el proceso de morir: es más difícil alimentar la calma y soltar los aferramientos necesarios para partir si a nuestro alrededor solamente hay personas que tienen miedo y huyen física o mentalmente de esta realidad.
Necesitamos estar totalmente presentes en el mundo antes de desaparecer; solamente nos podemos despedir bien de la vida cuando sentimos que hemos vivido totalmente.
Necesitamos que nos hagan sentir seguros, mediante un contacto físico que nos confirme afectivamente, que no nos retenga ni nos lesione con prácticas sanitarias que hayan perdido todo sentido.
Necesitamos que nos recuerden que nuestra verdadera naturaleza es insondable pero muy real, que si pudimos nacer sabremos morir…
Pero, sobre todo, necesitamos aprender a soltar cualquier aferramiento, y entregarnos confiados a lo que parece ser un cambio profundo en el estado de conciencia, la gran transformación.
¿Qué enseñanzas espirituales aprendes de este acompañamiento?
Acompañar con calidad de presencia es aprender el valor de la vida en cada momento, la singularidad única de cada persona y la certeza ineludible de la impermanencia. Esta certeza nos da la oportunidad única de abrir el corazón a la compasión, la sabiduría y la gratitud. Los que están muriendo nos enseñan a vivir.
¿Tenemos hoy día cultura y conocimientos para afrontar y superar la muerte?
En realidad no es tanto que no haya cultura y conocimientos, sino que la actitud social generalizada frente a la muerte es de negación, es algo que incomoda y que se relega a los especialistas. La sociedad de consumo ha generado una actitud de empobrecimiento existencial por promover una huida de aquello que nos desagrada y el consumo de lo que nos procura experiencias agradables. Así, la reflexión sobre la muerte y el valor que le confiere a la vida queda fuera de toda reflexión compartida.
Para afrontar la muerte necesitamos retornar a las enseñanzas de las antiguas tradiciones, de las que somos herederos, y actualizarlas con el bagaje cultural y de conocimientos que ahora tenemos en el siglo XXI.
¿Cómo ven la muerte en otras culturas?
En estas breves líneas no podemos hacer un repaso por las diferentes culturas, pero podemos distinguir las culturas preindustriales de las postindustriales; ahí es donde se abre la brecha en la forma de abordar colectivamente la muerte. En las sociedades antiguas la muerte siempre ha fascinado a los seres humanos, de manera que las manifestaciones culturales y religiosas más ricas han surgido precisamente de esta consciencia de la finitud.
Cada vez oímos hablar más a los neurocientíficos de las ECM (experiencias cercanas a la muerte) ¿Existen evidencias científicas del más allá?
La necesidad de evidenciar con datos objetivos y medibles cualquier realidad para dotarla de legitimidad científica y, por tanto, para aceptarla, nos lleva a cuestionar aquellas realidades que son subjetivas por naturaleza.
Se han hecho estudios serios sobre las ECM que dan cuenta de que la naturaleza de la consciencia, de lo que somos, es algo que no puede ser solamente el resultado de los procesos cerebrales, ya que en la mayoría de las ECM no hay actividad cerebral ninguna. Sin embargo, la medicina científica tradicional todavía no tiene en cuenta estos estudios, y aquellos profesionales que investigan sobre ello son tachados de poco serios.
Creo que es importante para que se pueda dar un entendimiento entre el paradigma científico y las evidencias de las ECM que nos pongamos de acuerdo sobre qué es esto del “más allá”. Creo que es más apropiado debatir sobre la naturaleza de esto que somos, y que algunos de nosotros llamamos “consciencia”, que hablar sobre el “más allá”, que es una manera de hablar surgida de relatos míticos de las religiones populares.
¿Podemos aprender a vivir un buen morir? ¿Por dónde empezamos?
Por el momento presente. Por lo general, uno muere como ha vivido, así que si vivimos conscientemente sin aferramientos en las pequeñas muertes de la vida, podemos alimentar la confianza para fluir en todo aquello que nos ocurra, incluida la muerte. Aprender a morir es aprender a perder, y aprender a perder es aprender a amar. Una vida vivida con amor real es vivir una buena muerte.
¿Qué disciplinas utilizas para centrarte y estar disponible para la persona que acompañas?
Fundamentalmente la meditación cotidiana y los retiros intensivos de meditación en los que uno puede tocar sus propios límites. Atravesar los propios limites y sentir la liberación y el gozo sencillo que se experimenta es de gran ayuda para comprender a quien está viviendo en “el gran límite”.